Época: Irrup Modernismo
Inicio: Año 1870
Fin: Año 1914

Antecedente:
La irrupción del modernismo

(C) Joaquín Córdoba Zoilo



Comentario

La profundización en el conocimiento de la propia naturaleza humana le proporcionarían una concepción desde luego nueva, pero también más problemática, de su propia y compleja personalidad.
Éste era un tema de extraordinario interés al que la sociedad prestaba creciente atención. Así, la literatura naturalista de la década de 1880 y primeros años de la de 1890 -la literatura de Zola, Maupassant, los Goncourt, Thomas Hardy, Giovanni Verga, Jack London, Theodor Fontane y otros- ya había subrayado la importancia que los condicionantes biológicos, fisiológicos y sociales tenían en la conducta humana. Temas como la condición femenina, el adulterio y las relaciones entre los sexos tenían especial relevancia en el teatro del noruego Henrik Ibsen (1828-1906) y del sueco August Strindberg (1849-1912), obsesionado también por los complejos de pecado y culpa, y por los estados patológicos de la mente.

En la década de 1890, escritores y científicos sociales mostraron un evidente interés por temas como la histeria, el suicidio -se recordará el estudio de Durkheim-, la criminalidad (sobre todo, a raíz de los trabajos de Cesare Lombroso, 1835- 1909) y la psicopatología sexual, desarrollada por el alemán Krafft-Ebing, autor de Psycopathia Sexualis, 1886, y por el británico Havelock Ellis, cuyos 7 volúmenes sobre la psicología del sexo empezaron a publicarse en 1898. El estreno en 1891 de Hedda Gabler, de Ibsen, la historia de una mujer altiva e independiente y de su suicidio; la publicación en 1892 del libro Degeneración del médico húngaro Max Nordau -que sostenía que la cultura de su tiempo, representada por Ibsen y Zola estaba patologicamente degenerada-; o el juicio de Oscar Wilde, condenado en 1895 a dos años de cárcel por homosexualidad, aparecieron, así, como síntomas de lo que se suponía que era una grave enfermedad moral, una profunda crisis espiritual, de la sociedad europea ante el fin de siglo.

En realidad, lo que sucedía era que la sociedad comenzaba a conocer aspectos de la naturaleza biológica y psíquica del hombre previamente ocultados y silenciados por la ignorancia, las convenciones o la hipocresía. A ese conocimiento contribuyó, decisivamente, la ciencia. Precisamente, en 1900, los botánicos Hugo de Vries, Carl Correns y Erich Tschermak, trabajando separadamente, redescubrieron los estudios de Mendel sobre la herencia -que se remontaban a la década de 1860 y que fueron totalmente ignorados en su tiempo-, y demostraron que los genes eran la clave de la herencia de las características de la especie y del individuo. La genética, término acuñado en 1905 por el naturalista británico William Bateson, que de siempre había manifestado que las teorías darwinistas de la evolución y la selección natural no eran suficientes para explicar las variaciones de las especies, aparecía, así, como una explicación científica inapelable y de validez universal. Más todavía, cuando en 1914, De Vries desarrolló la teoría de las mutaciones y explicó la razón de las desviaciones genéticas y de las discontinuidades en la evolución biológica. El hecho era de excepcional importancia: porque al explicar cómo se heredaban las características de la especie (estatura, color, pero también, agresividad, sexualidad, criminalidad, etcétera), la genética podía iluminar muchas, si no las principales, claves de la personalidad y de la conducta.

Pero no sólo la genética, que, además, aún tardaría en aplicarse al hombre. En la década de 1890, una parte de los estudios de psicología -iniciados de forma experimental y científica por Wilhelm Wundt, director del que fue primer instituto psicológico, creado en Leipzig en 1879- se orientaron hacia el análisis de la relación que pudiera existir entre el cuerpo y la mente. El ruso Ivan E. Pavlov (1849-1936), cuyos estudios sobre el comportamiento humano a través del experimento con perros alcanzaron una notoriedad extraordinaria justamente en los años 90, desarrolló la teoría de los "reflejos condicionados", que llevaba a pensar que la mente estaba regida por leyes mecánicas no muy diferentes a las que regulaban el funcionamiento fisiológico del cuerpo.

Otros psicólogos y neurólogos, interesados sobre todo en el comportamiento neurótico -uno de los temas preferidos, como se ha indicado, de la cultura del fin de siglo- optaron por otras vías. Los franceses Jean Martin Charcot y Pierre Janet, en París, y Liébault e Hippolite M. Bernheim, en Nancy, pusieron de relieve, con sus estudios sobre la histeria y su posible tratamiento a través de prácticas hipnóticas, la correlación existente entre psiquismo y determinadas enfermedades. Bajo su influencia, pero también al hilo de experiencias propias, en 1895, el neurólogo vienés Josef Breuer (1842-1925) y el psiquiatra Sigmund Freud, judío como Einstein, nacido en Moravia en 1856, doctorado por la Universidad de Viena en 1881 y establecido profesionalmente en esta ciudad, publicaron el libro Estudios sobre la histeria en el que ya argumentaban que la represión consciente de recuerdos no deseados podía estar en la raíz de muchas neurosis.

A partir de ahí, Sigmund Freud iba a llevar a cabo una revolución intelectual sólo comparable por su significación e influencia a la efectuada por Einstein en la física (sólo que Freud concitaría mayores resistencias y oposición tanto en medios profesionales como en medios políticos y religiosos; Freud fue objeto de una hostilidad implacable por parte de la Iglesia católica y por parte de los círculos y ámbitos de la derecha: en junio de 1938, después de la anexión de Austria por la Alemania nazi, se exilió en Londres, donde murió un año después). Los aspectos inicialmente más novedosos de sus teorías aparecieron en sus libros La interpretación de los sueños, publicado en 1900, Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, que apareció en 1905, y en una serie de ensayos sobre la psicopatología de la vida cotidiana (errores orales, equivocaciones en la escritura, actos sintomáticos y casuales, chistes y otros) que publicó también entre 1901 y 1905. En ellos, Freud proponía una nueva teoría de la neurosis, que suponía, además, una reinterpretación de los factores determinantes del desarrollo de la personalidad y una nueva teoría de la sexualidad (y desarrollaba, además, una nueva terapia para las enfermedades psíquicas). En síntesis, Freud relacionó las neurosis con las frustraciones inconscientes, con los deseos reprimidos y con la represión de recuerdos dolorosos. Estableció que las frustraciones y los deseos reprimidos se grababan en el subconsciente -los sueños no serían sino la realización oculta de esos deseos- y que, en origen, nacían de la represión sexual (pues, para Freud, la sexualidad constituía el aspecto más importante del desarrollo de la personalidad. De ahí, las que fueron probablemente sus tesis más audaces y escandalosas: el erotismo infantil, las fases de la sexualidad, la primacía fálica, la envidia del pene, el complejo de Edipo, el complejo de castración, etcétera). Como método de investigación y de terapia, Freud desarrolló el psicoanálisis, la narración relajada del paciente, colocado sobre un lecho de reposo, situándose el médico detrás de él, sin ser visto, de manera que de esa forma fuera posible, liberando el subconsciente, descubrir las represiones y facilitar su curación.

Luego, Freud aplicaría sus tesis a temas como la religión, la antropología -Totem y tabú se publicó en 1912-, la sociedad o la civilización, y aún propondría nuevos conceptos, como el instinto de la muerte, el superego y otros. Pero lo esencial de sus concepciones había quedado expuesto en aquellos trabajos iniciales. Neurosis, psicoanálisis, subconsciente, teoría sexual: Freud había impulsado uno de los giros más radicales en toda la historia del pensamiento. Sus ideas tuvieron, como se ha indicado, gran oposición. Pero Freud logró también el apoyo incondicional de un puñado de médicos jóvenes -Karl Abraham, Alfred Adler, Sandor Ferenczi, Ernest Jones, C. G. Jung, Otto Rank-, y el movimiento psicoanalítico penetró con fuerza primero en Centroeuropa y, luego, en Estados Unidos. En 1908, se reunió en Salzburgo un primer congreso internacional psicoanalítico, al que seguirían regularmente muchos otros, y comenzó la publicación de revistas científicas del grupo; en 1910, se creó la Asociación Internacional Psicoanalítica. Surgieron también disidencias significativas. En 1911, Alfred Adler (1870-1937), uno de los primeros discípulos de Freud, se separó del movimiento. Autor en 1907 de Un estudio de la inferioridad orgánica y de su compensación psíquica, Adler negaba la primacía que Freud daba a la sexualidad en la vida psíquica y sostenía que el factor dominante en la misma -y por tanto, en la conducta y en la formación del carácter- era el deseo de autoafirmación del individuo: así, la neurosis, para Adler, resultaría ser la manifestación patológica de un complejo de inferioridad. En 1912, se produjo la segunda ruptura, la del suizo Carl G. Jung (1875-1961), tras la publicación de su libro Psicología del subconsciente, origen de un pensamiento que, como el de Adler, rechazaba el papel central de la sexualidad en la formación del carácter, y que, además, diferenciaba entre distintos tipos de personalidad (introvertida; extrovertida); y subrayaba la influencia que el "inconsciente colectivo" -modelos imaginarios o arquetipos, mitos comunes a las religiones y a las civilizaciones que satisfacen los instintos fundamentales del hombre- tenía en el comportamiento humano. Tanto que, en el esquema de Jung, la enfermedad mental dependía del grado de armonía o desarmonía entre el individuo y los arquetipos, entre el hombre y el inconsciente colectivo.

Pero las disidencias, e incluso que Freud estuviese o no equivocado, importaban relativamente poco. Lo significativo era lo que todo el movimiento suponía: primero, nuevas formas de aproximarse a las enfermedades psíquicas; pero además, y sobre todo, el descubrimiento de dimensiones subconscientes en la personalidad humana, la idea de que el hombre, lejos de ser un individuo guiado por la razón y el orden, estaba sujeto a la fuerza de instintos y emociones desordenadas a menudo ajenas a su control.

La paradoja era, pues, flagrante. A medida que el hombre avanzaba en el conocimiento de la realidad- de la realidad física, de la personalidad psíquica-, menor era la seguridad que tenía ante los problemas fundamentales de su existencia. El hombre habría de buscar, así, nuevas explicaciones a la vida misma y plantearse a fondo que ésta, la vida, era su única y radical realidad.